Por David Tejero Nogales. Originalmente publicadas en elantepenultimomohicano.com
Primera sesión
En los orígenes del cine el cortometraje era una cuestión de espacio. Los chasis de las cámaras solo podían albergar unos metros de cinta y así grabar apenas unos segundos de película. Al principio todo el cine que se rodaba era corto. En España los cambios sociales y políticos han ido moldeando el formato, reubicando el cortometraje dentro del engranaje audiovisual de la industria. Durante los años de la dictadura franquista el NO-DO era una manifestación más del cortometraje. En España el cortometraje de ficción aflora a partir de los años 70 como “exóticas manifestaciones de una burguesía ilustrada o de jóvenes intelectuales con inquietudes sociales o estéticas, y que por razones obvias, nacerá sin pretensión alguna de alcanzar espacios de difusión más allá de los reducidos cenáculos cinéfilos de los cine-clubes” (Barroso, Jaime [1]).
En 1976 el NO DO desaparece por decreto de las salas de cine. Sin embargo seguía siendo obligatorio exhibir cortometrajes antes de las películas. “Las salas compraban los cortos al peso según la duración que necesitasen para rellenar la programación. De esta manera se sustituía la proyección del NO-DO por la de cortometrajes realizados exclusivamente con el fin de lograr una subvención estatal, cuyas concesiones se daban a todos los cortometrajes que solicitasen financiación, sin tener en cuenta la calidad, la duración o los costes. Esto produjo en los cortometrajes una drástica bajada en su calidad convirtiéndose la mayoría de las veces en decididamente mala” (Amitrano, Alessandra [2]).
En lo sucesivo el corto solía utilizarse por muchos directores como trampolín para la futura realización de largometrajes. Es consabida la ristra de autores famosos que dieron sus primeros pasos en el cortometraje. Una vez su presencia en salas desaparece, en detrimento o favor de los trailers o los anuncios publicitarios, el cortometraje debe esclarecer horizontes de visibilización más eclécticos y divulgativos, usando primero medios como la televisión pública, o la antigua Canal + y en la actualidad, internet, YouTube, las infinitas plataformas online: Filmin, Movistar, etc.…, y los festivales de cine.
Ahora mismo, en la actualidad, el cortometraje se expande, siendo algo más que un trasunto para elaborar producciones más costosas, sino más bien un genero per se, en el que experimentar y hacer cine. Tanto la producción independiente, como el padrinazgo de distribuidoras especializadas en el formato, sirven de mixtura en el que sondear un mercado cada día más abierto, creativo e imponente. Es labor del equipo del Festival Ibérico Cinema Cortometrajes (30 FIC), hallar ese difícil equilibrio entre los gustos populares y los valores técnicos y artísticos de cada trabajo. Una tarea que, esta vez sí, rebasa con creces la barrera psicológica de los 1.000 cortometrajes presentados. Una selección final que, sin desmerecer a la excelente producción de anteriores ediciones, pone en solfa el efervescente interés de hacer cortometraje con un alto nivel de calidad cinematográfica.
Abrimos con La Compañía (Jose María Flores, 2023), en donde descubrimos un interesante dominio de la puesta en escena y un brillante ejercicio de estilos y género cinematográficos. Una historia concebida en un largo plano secuencia de más de 12 minutos muy en la línea de los planos imposibles, articulación visual y virtuosismo de Brian De Palma, y con un notable uso de la atmósfera. Una pareja (Alberto Amarilla y Elisabeth Larena), camina tranquilamente por la vía. Sin darnos cuenta el centro de los dos se pierde en la muchedumbre de un accidente de tráfico. El terror existencial y la angustia dirime gracias al movimiento constante de la cámara en un espacio morboso fuera del tiempo. El director apuesta por el musical en un novedoso trabajo de exegesis sobrenatural, con el eso de las voces y coros a modo de villancico contrapuesto. Un relato de aflicción que rasga mucho más lejos de su excelente epidermis técnica.
Pesudo (Miquel Diaz Pont, 2023), es un joven con una extraña deformidad facial. La cinta de Díaz Pont se halla en el universo de la ciencia ficción con curiosas aproximaciones al realismo social. El debate acerca de las inteligencias artificiales y el aislamiento que sufren ciertos individuos es el eje motor de un cortometraje ambicioso, con texturas espesas, oscuras, estética minimal, y tono asfixiante, apocalíptico. Recuerda a largometrajes recientes como Ex Machine, así como el concept visual de la fotografía de Janusz Kaminski para las películas de Spielberg. El director de fotografía, Pepe Gay de Liébana (que ha trabajado en muchos de los videoclips de Nathy Peluso y C. Tangana), realza esos negros y marrones vaporosos en un universo retro fantástico. El tema del bullying también flota en esta habilidosa pieza de género.
Marina, extraordinaria Cristina García, es una de esas madres incapaces de sobrellevar el terrible comportamientos de unos hijos egoístas, con graves déficits de atención. Troleig (Luis Eduardo Pérez Cuevas, 2024) —imagen de cabecera—, articula un afilado estudio sobre la precariedad laboral y la sociedad esclava. El troleo mismo del titulo alcanza la ambigüedad precisa para hacernos cómplices de una risa congelada, y terrible. El cortometraje ha sido galardonado con la Biznaga de Plata Premio del Público en la sección cortos de ficción del ultimo Festival de Cine de Málaga. Pérez Cuevas, junto a Pilar Paredes, escribe una obra reflexiva en torno a la crueldad infantil y sus imprevisibles consecuencias.
El cortometraje portugués de la noche lleva el título de Rinha (Rita M. Pestana, 2023), coproducción con Brasil rodado en la localidad de Belo Horizonte. Cássia (Sinara Teles), vive con su padre alcohólico y sus gallos de pelea. La depresiva vida de la protagonista se manifiesta en el tejido de la puesta en escena, filmando partes del cuerpo fragmentado de Cássia y acercándose mucho con la cámara en planos muy cerrados y rotos. La noche es el paisaje recurrente de esta excelente radiografía de la juventud, con la carga y el dolor a cuestas, en esa herencia envenenada de la que no es fácil despegarse. El trasfondo o metáfora de los gallos de pelea rima con aquellos gallos de Monte Hellman en un marco valiente de perdedores y la ciudad espejo de esas cadenas impuestas. Adolece de un grandísimo trabajo de guion y montaje, todo obra de M. Pestana, colaboradora habitual en el cine de Marcelo Gomes.
El monstruo de la fortuna (Manuel Castillo Huber, 2024), es una de las propuestas más seductoras y atractivas del festival. Narra el posible encuentro secreto entre la Reina Isabel de Borbón y el dramaturgo de la corte Pedro Calderón de la Barca. Usando un único escenario como soporte, los aposentos de la reina, la cinta mantiene constante el interés de una ficción muy real, sacando máximo partido a sus dos actores principales (Raúl Prieto, María Olga Matte). Las intrigas palaciegas, y el papel invisible de la mujer en el arte, acunan una historia construida en derredor de unas inteligentes líneas de dialogo. El monstruo de la fortuna evita el verso aunque sí aplica algunos términos y manera de hablar del castellano antiguo. Evoca a los mejores trabajos escénicos de Pilar Miró prestándole al espacio esa doble heteronimia, teatro y cine. El estilo barroco de época, la adecuada música, y el color entre el sepia de Alatriste y la decadencia dramática de Barry Lyndon, conforman un cortometraje que se sale ligeramente de los cauces habituales de este tipo de certámenes.
Es tradición en el festival terminar las sesiones oficiales con un corto de comedia. En este caso Pathos (Andrea Noceda, 2023), utiliza a los actores como parte básica y fundamental del artefacto, dejando todo lo demás en un segundo plano desenfocado. Un excelso duelo interpretativo entre Luis Bermejo y Fernando Soto como dos compañeros de profesión en clara crisis de madurez. Los dos periodistas se disparan balas de fogueo mientras el relato indaga en las ruinas de la masculinidad. La cámara se cierra a los primeros planos de los actores, haciendo suya la parábola de menos es más. El humor apela al mensaje amargo entre risas, y el lenguaje se retuerce a merced de su comprimido metraje.
Notas
[1] Barroso J. (1996). Cortometraje en televisión. En Medina, P., González, L. M., y Velázquez, J. M. (Eds). Historia del cortometraje español. Madrid: Festival de Cine de Alcalá de Henares.
[2] Amitrano, A. (1998). El cortometraje en España: una larga historia de ficciones breves. Generalitat Valenciana.
Segunda sesión
El boxeo en el cine siempre ha sido abordado desde una perspectiva muy emocional. El cuadrilátero no solo registra un duelo o una pelea cuerpo a cuerpo, sino una batalla psicológica en la que los registros estéticos confieren a la escena un desgaste anímico o espiritual. Nadie puede vencerme (1949), Marcado por el odio (1956), Rocky (1976), o Toro salvaje (1980), pueden tomarse como ejemplos de estudios sociales, demográficos o psíquicos cuyo marco boxístico no es más que un espacio en el que cerrarse.
Encubierto (José Luis Martínez, 2023) es el primer cortometraje proyectado en la segunda sesión del festival. Exactamente igual que toda esa ristra de grandes títulos con el boxeo de protagonista, la cinta que nos ocupa utiliza el cuadrilátero como un arma de regresión para aflorar conflictos y heridas del pasado. El reencuentro de dos amigos de la infancia (Jesús Olmedo, Carlos Librado “Nene”) es el punto de partida de un relato acerca de abusos infantiles y traumas por superar. La película acierta en el tono gris, seco y duro del cine independiente norteamericano. El plano final en la barra del bar evoca sin remedio a la seminal Fat City (1972), sin duda una de las mejores películas de perdedores y boxeo de la historia. Una cita cinéfila que muestra el oficio de su autor en este acercamiento brutal a la conciencia humana.
La ley del más fuerte (Raúl Monge Sancho, 2023), es uno de los cortometrajes más frenéticos del certamen. El realizador realiza una aproximación interesante al bullying desde la comedia y el gag visual y sonoro. Las canciones sirven de apoyo a un montaje acelerado que evoca el estilo dinámico de cineastas como Guy Ritchie o Tarantino. Temas de Los Pekenikes, Lone Star o Formula V funcionan de contrapunto, junto al diseño colorista, añejo, en sintonía con las películas de esa época y ecos también del cine quinqui. Los afinados diálogos, y la representación de una violencia cómic, son el punto álgido de un filme divertido y enormemente vistoso.
El siguiente trabajo nos traslada a Marruecos, en pleno años 70. Moro (Pablo Barce, 2023) describe la situación de Larache, una ciudad a la que emigraron muchos españoles pero que cada día impone mayores dificultades para los que no son marroquíes de origen. El cortometraje de Barce se centra con mimo en la mirada adolescente. Lo que para unos es una liberación, para otros una condena, al tener que abandonar el hogar y con ello a todos los amigos y recuerdos. El filme aplica texturas melancólicas con bellas imágenes postal transitando la nostalgia. La hermosa partitura de Pablo Cervantes mantiene abierta esa línea con lo emotivo y lírico al compás de los recuerdos de Leo (Gael Flores). Lástima ese final algo caricaturesco del tardo franquismo un poco a lo El florido pensil (la secuencia del colegio), que le resta credibilidad al conjunto. Sin embargo nos hallamos ante un cortometraje muy bien rodado y fotografiado, con imágenes pictóricas y reeencuadres de aliento fordiano (las ventanas y las puertas), así como el manejo del azul y del mar sostenes de esa eterna nostalgia del final de un verano.
Hay maneras francamente inteligentes de integrar problemas morales o sociales dentro del marco del cine de terror. Los cómplices (Alberto Evangelio, 2023) construye desde el arraigo de su cálida puesta en escena, un relato sutil donde el director sugiere antes que muestra. Aquí los aspectos digamos, de horror, parecen resueltos como parte de un dispositivo dramático de connotaciones melancólicas en la que lo vampírico es metáfora de supervivencia. El gran trabajo de sus intérpretes y la magistral banda sonora de Carlos Martín (Sordo), elevan Los cómplices al de un terror adulto, crítico y de inquietudes mayores. La cuidada ambientación y elegante atmósfera ejercen de espacio fantasmático para mantener la tensión y el pulso durante todo su minutaje. Un obra muy a tener en cuenta.
2720 (Basil da Cunha, 2023) es el cortometraje portugués de la segunda sesión. El director retrata con sumo acierto las condiciones en las que se vive en un peculiar barrio de Lisboa. La cámara sirve de testigo en largos planos secuencias de la precariedad y marginalidad de la zona usando la estructura continua sin cortes, para dar sensación constante de movimiento e inseguridad. Un trabajo técnicamente perfecto de interés paisajístico que colinda con el documental y saca partido, tanto de la espontaneidad de sus actores, como del mecanismo fílmico. 2720 es un alegato con voluntad western, véase el lugar, y que proyecta sobre Camila, la niña de 7 años, la complicidad con el espectador, que asiste desde el otro lado de la pantalla al terrible destino de los protagonistas.
Liberté (Martín D. Guevara, 2023) es una propuesta incomoda, que traspasa los limites espacio-temporales basculando entre el pasado y el presente. Una voz en off se comunica con el espectador a través de las cartas y recuerdos de Josefina. El aparato técnico entremezcla diferentes texturas y formatos, desde el scope, a los granulados de vídeos VHS y cámara en mano. Su director excava con terrible desesperanza en los estadios telúricos de la vida y de la muerte. Basado en un atroz y terrible suceso real, el filme, mitad docu- ficción, y mitad cine poético, sirve de altavoz para alzar la voz de todas esas mujeres cuyas libertades han sido mutiladas por hombres despiadados. La música ayuda siendo contrasonido de los gritos ahogados de las protagonistas, y su andamiaje evoca, con talento, a las mejores obras del cine francés, correspondencias que nos retrotraen al mejor Resnais, o al mejor Bresson. Estamos ante una de las mejores cintas del festival por lo que cuenta y por cómo lo expresa. Liberté apela a la libertad en su estado más puro, donde la cámara parece operar como instrumento cuyo efecto es visibilizar las cosas que a ojos de muchos parecen invisibles.
El broche de oro de la segunda sesión vuelve a ser una comedia. El trono (Lucía Jiménez, 2024) se vale de un único escenario, unos lavabos públicos, para levantar una divertida sátira acerca de las triquiñuelas y malas artes de la política. Los baños funcionan a modo de camarote de los Hermanos Marx del que salen y entran personajes mientras el protagonista, atrapado en uno de los aseos, participa como activo indirecto. Jiménez adopta un tono aséptico, apropiado en el contexto, más cerca de la televisión que del cine, la serie Vota Juan, por ejemplo, pero también rima con esa nueva comedia española a caballo entre la sátira o pandereta y la crítica social, véanse la reciente Políticamente incorrectos (2024), o la olvidada Atilano, Presidente (1998).
Tercera sesión
En todas las ediciones del festival suele ser tradición, o más bien un mantra, incluir siempre un concierto de música de cine. Esto ocurre gracias a la pasión y melomanía de Alejandro, que no perdía la oportunidad de hacer emerger la semilla de las bandas sonoras en los cauces del propio festival. La música en el FIC se puede interpretar como vestigios de una alquimia que poco a poco ha ido extendiendo sus ramas por los entramados del festival, hasta formar un tronco hercúleo e irreemplazable. Alejandro tenía la intención de ir añadiendo más y más actividades músico- cinematográficas a la programación del festival. El año pasado contamos con la presencia de José Nieto, claro exponente de la música de cine y de la historia audiovisual española. Este año tenemos la suerte de tener con nosotros a Carles Cases, uno de los compositores más talentosos de nuestro cine. Por si fuera poco, esas ramas han seguido creciendo, ya no solo con la incorporación de un único concierto, sino con dos. Alejandro hubiera aplaudido esta propuesta y disfrutado enormemente de un privilegio como este. Cases, es ese músico multidisciplinar capaz de transmutar las imágenes en esencias armónicas, y una sensibilidad a flor de piel para escribir y sentir la música. Su presencia nos sirve de bello homenaje a nuestro mentor y amigo, además nos ayuda a entender mejor las sinergias músico-narrativas entre los sonidos y las imágenes del cine.
Cases ha trabajado junto a muchos de los grandes cineastas de la industria, pero sobre todo ha colaborado estrechamente con el director catalán Ventura Pons. La fusión artística entre director y compositor es una constante a lo largo de la historia del cine, y tenemos ejemplos muy famosos y enriquecedores como los binomios Bernard Hermann/Hitchcock – Georges Delerue/Truffaut – Maurice Jarre/ David Lean – John Williams/Spielberg – Michel Legrand/ Jacques Demy – Francis Lai/Claude Lelouch – Alberto Iglesias/Almodóvar, etc… El bellísimo vínculo resultante de las músicas escritas por Cases para la filmografía de Ventura Pons podemos hallarlo en composiciones excelentes como El porqué de las cosas, Amigo amado, Caricias, Anita no pierde el tren, o Actrices. Precisamente uno no puede evitar recordar y pensar en esas maravillosas actrices de la película de Ventura Pons, así como su arraigo escénico o correspondencia emocional, a la hora de asistir a la proyección de Vida o Teatre (Guillem Manzanares, 2023), el excelente cortometraje que abre la última edición del certamen.
El encuentro de una hija con su madre, una reconocida actriz de teatro, es el punto de partida de una larga conversación en donde las rencillas del pasado resurgen en una tensa, pero intensa relación, materno-filial. Las máscaras del oficio, esa dualidad del título, marcan los devenires de una película que honra el trabajo de la actriz, al mismo tiempo que expone las debilidades de compaginar la vida familiar con la profesional. La cámara se desliza de manera sinuosa por el hogar, lleno de recuerdos, y fotografías, como proponiendo fragmentos visuales que nos dicten soluciones al pasado traumático de ambas. Manzanares aprovecha muy bien los espacios, y teledirige los rostros hacia un espectador que se mantiene pegado a sus diálogos. El color y la música también ocupan un interés narrativo. El uso del piano acompaña a la hija de camino al hogar de la madre en contraste con la música frenética dentro de la casa, albergando dos mundos muy distintos en continua eclosión. Tanto Laia Manzanares como Miriam Iscla están extraordinarias en sus respectivos papeles protagonistas.
La gran obra (Álex Lora, 2024) marca la senda del triunfo de muchos cortometrajes en el mercado internacional, en este caso ganadora del Gran Premio del Jurado en el Festival de Sundance (2024). Temas recurrentes en el cine social como las burbujas y elitismos de clases sociales y la alineación del individuo reaparecen en el filme con un tono distante y fina ironía. En este caso el racismo, el culto por los objetos de valor, y el mercado salvaje del capitalismo se aplican en un guion con bastante sentido del humor. Curiosamente tanto la casa, como los personajes, aluden a películas de éxitos recientes, sin ir más lejos la oscarizada Parásitos (2019), con parecidos arquitectónicos y estéticos. La crítica social, y el contexto, guardan relación con ese otro cine social español que parece haber caído en el olvido y que nos retrotrae a los primeros trabajos de Fernando León de Aranoa. El duelo de clases y dominio de poder se manifiesta en una puesta en escena minimalista, sobria y de buena factura técnica.
La música es el hilo conductor de Las noches rotas (Valentino R. Sandoli, 2024). Una serie de pulsiones enterradas surgen desde el arte, en este caso una audición de piano para ingresar en una prestigiosa escuela de Viena. Sandoli es un cineasta multifacético, de origen venezolano, que alterna sus trabajos de fotografía con la dirección de videoclips y anuncios publicitarios. Su cine indaga en temáticas LGTBIQ+ en derredor de cuestiones sobre identidad y descubrimiento adolescente. Su primer corto Paradigma ya abordaba tales temas con especial sensibilidad. El trasunto de miradas de Las noches rotas nos pone siempre en la órbita de Javi (Claudio Portalo), su indecisión, dudas y sentimientos, pivotan gracias a la templada y serena puesta en escena. Un estatismo roto por los compases musicales que generan el verdadero dialogo interior del protagonista. El etalonaje o el color subrayan los filtros oscuros y tonos grises, en consonancia con la depresión e inseguridad de Javi.
Ximinoa (Itziar Leemans, 2024) se configura en los parámetros de un cine de gran precisión escénica, con brillante dominio de la cámara y elegante dirección de arte. La dicotomía entre los exteriores, luminosos y cálidos, con los interiores barrocos y monumentales de la casa, urden un tejido de clases muy interesante, sobrevolando el relato sinuosamente sin apenas remarcar o forzar los intereses del guion. Las reminiscencias al cine de Éric Rohmer, como si fuera uno de sus hermosos cuentos estacionales, están hábilmente mezcladas en el transito emocional de June (Ainara Leemans), centro paisajístico de esa ventana abierta al mundo que suponen los majestuosos encuadres de Leemans. Los ritos y costumbres de la cultura vasca (la nana del final), también casan con las ideas de identidad del filme, en lucha permanente por la subsistencia. La sobresaliente fotografía alterna los planos pictóricos con el uso de colores pastel e hipnóticos resplandores de luz. Una obra muy refinada, y estética, que merece degustarse en cada detalle y rincón de sus imágenes.
El cortometraje portugués A rapariga de olhos grandes e o rapaz de pernas comprimidas (María Hespanhol, 2023) es un hermoso y delicado cuento de amor y poesía rodado en stop motion. La música, con el acordeón de instrumento solista, es testigo de los encuentros y desencuentros de los dos personajes principales a lo largo de su vida. Un trabajo laborioso cuyos pasajes y transiciones animadas se pliegan a una extraña fantasmagoría de honda melancolía. El filme conecta, en esencia y naturaleza, con la fantasía surrealista de El año pasado en Marienbad (1961), o la nostalgia del nuevo cine portugués. Una historia asombrosa, a través de cartas y voces en off, filmada con el vapor de las grandes historias de amor del cine universal. Su desaforado romanticismo nos conduce a los mejores tiempos de Wong Kar- Wai o Luchino Visconti, envueltos en una atmósfera de sublimidad y lirismo. Una pequeña joya para saborear con entusiasmo y que la grandiosidad de la pantalla grande hace mucho más fantástica y novelesca.
Aunque es de noche (Guillermo García López, 2023) es uno de esos ejercicios de largo recorrido internacional. Tuvo su presentación en Cannes y ganó el Goya 2023 al mejor cortometraje de ficción. Precisamente su director ya tuvo la suerte de ganar un Goya al mejor largometraje documental con su primer trabajo, Frágil equilibrio (2016). Aunque es de noche hereda la idiosincrasia de cineastas como Tony Gatflif o Emir Kusturica, poniendo el foco en lugares marginales y en personas de baja clase social. La Cañada Real es el contexto del que emana toda la historia, un asentamiento rodado como si de un western se tratase gracias a la mirada del paisaje o estudio demográfico del lugar. El filme explora el día a día de Toni, cualquiera de los muchos niños que viven en la cañada, y cómo afronta la marcha de su mejor amigo a Francia. García López mezcla formatos y texturas alternando celuloide con soporte digital. Rueda la noche, y sus efluvios, con un estilo mágico, como de hechizo, que nos trae a la memoria ese cine brujo tan bien representado por Carlos Saura. Además, el hecho de contar con actores no profesionales pone el acento en las fronteras del cine documental. Una obra humanista que ha servido de embrión para la elaboración de un largometraje de ficción que veremos próximamente.
Cuarentena (Celia de Molina, 2024) es una sencilla propuesta que se basa prácticamente en un solo plano sin cortes, centrando toda la atención en el monólogo en primera persona de su actriz protagonista (maravillosa Andrea Ros). Podría interpretarse como un chiste, pero la verdad es que su directora saca un partido tremendo al doble sentido de sus diálogos, llenos de ironía y mala uva, haciendo de Cuarentena un notable ejemplo de comedia próxima al género del stand up. Un cierre de festival fresco y divertido.
Silbidos para un amigo
Homenaje a Alejandro Pachón, director del Festival Ibérico
Alejandro Pachón Ramírez, director del Festival Ibérico de de Cinema de Badajoz durante veinte años, falleció el pasado 13 de abril.
Yo diría que silbar es cosa de otros tiempos, o más bien una cosa de nuestros mayores. Recuerdo a mi abuelo silbar o tararear constantemente músicas de todo tipo o estilos, incluso tintinear con los nudillos en las mesas o en las puertas para acompañar a su peculiar orquesta. He sido silbarín desde pequeño, como mi abuelo, porque no recuerdo haber oído silbar nunca a mi padre. Silbaba sobre todo música de películas. Las orquestas de cine solían tocar en directo la famosa Marcha del Coronel Bogey por medio de los silbidos, creando una especial sinergia con el publico que entonaba al unísono el famoso tema de El puente sobre el rio Kwai. El silbido más famoso del cine, sin duda, el de Kurt Savoy, que se paseaba por los platós de televisión susurrando en directo la inmortal melodía de El bueno, el feo, y el malo. A quien si he escuchado muchas veces silbar y cantar es a Alejandro. Existe algo arcano, escondido, alineado en los siseos que me hace recordar a mi amigo del que seguramente he mantenido y prolongado mi pasión por los silbidos de cine. Alex silbaba mucho el Burning bridges (Quemando Puentes) de Lalo Schifrin, incluso le llegó a dedicar un capítulo en uno de sus libros. Según sus propias palabras una canción a medio camino entre el himno militar y el pop de la costa californiana, con evidentes influencias de Mamas and the Papas y Beach Boys. El tema aparece en la película Los violentos de Kelly (1971). La otra tarde, una perturbadora tarde de tormenta, quise volver a verla. Entonces brotaron tempestuosas las palabras de ilusión y conocimiento escritas por Alex en aquel libro. Una película anacrónica que parecía proyectar una época sobre otra. Soldados de la Segunda Guerra Mundial que se comportaban como en una película del Vietnam. En pleno auge del movimiento hippie personajes como el de Donald Sutherland abogaban por el flower power y un marcado antimilitarismo. Hay una secuencia, rodada desde el punto de vista subjetivo de los tanques, que anticipaba los video juegos tipo Call Of Duty. Alejandro era un gran aficionado a este tipo de juegos, más bien de los shooter o juegos de guerra para PC, creo que nunca se sintió cómodo interactuando con las modernas Play Station o consolas de Nintendo o Xbox, pero le encantaba disparar y recrear tácticas de guerra.
El primer recuerdo que guardo en mi memoria de Alejandro es la de ese hombre con bigote que todos los viernes acudía al cine para ver el estreno de la semana. Solía observarlo desde la barandilla metálica que daba acceso a la sala charlando con mi padre en el vestíbulo. Tanto en el cine Pacense, como el Teatro Menacho o López de Ayala, su presencia despertaba un mi un especial interés. Una vez me regaló una cinta de casete donde estaban grabadas las bandas sonoras de Resplandor en la Oscuridad (Michael Kamen), Instinto Básico (Jerry Goldsmith), y Chaplin (John Barry). Los tracks venían escritos a bolígrafo azul en una doblada hoja de cuadriculas. El azul es un color que evidencia un potente grado de nostalgia y tristeza. El azul es el color de la melancolía. Una vez me llamó exaltado, entre contento y nervioso, un sábado por la tarde del mes de mayo. Amenazaba tormenta. Los truenos repicaban en el firmamento con mayor furia de lo habitual. Yo acababa de dejarlo con una ex, estaba un poco deprimido por entonces. David, estoy escuchando 37º 2 le matin de Gabriel Yared, y parece el dibujo perfecto de nuestro apocalipsis. Los dos acabamos en su casa, escuchando vinilos, mientras nos tomábamos unas cervezas compradas en el chino que había debajo de su portal. Curiosamente el titulo en ingles del film de Jean-Jacques Beineix es Betty Blue. El azul cómplice y compañero de esa extraña melancolía. Azul era también la portada de su segundo libro, con el fotograma de la película Blue Velvet de David Lynch.
De alguna manera Alejandro era el eslabón perdido de una generación de cinéfilos con sensibilidades especiales para ver, oír y entender el cine. Era una persona escurridiza, tímida, que huía de las masas y aglomeraciones para ganar, y mucho, en las distancias cortas. Fiel a la barra de un bar, al whisky, antes de tener que abandonarlo, a las novelas de Stephen King, y a las películas bélicas y del oeste. La ciudad, el casco antiguo se siente vacío sin su presencia. Me cuesta no coger el teléfono al acabar una película para comentarle cualquier cosa o detalle. Las conversaciones telefónicas se alargaban horas, de un titulo a otro, mudábamos la piel de toda clase de películas. La mayoría de las bélicas eran recomendaciones suyas o que yo le pedía expresamente. Un verano devoré un ciclo entero: La fortaleza, El puente de Remagen, Yo fui el doble de Montgomery, Un puente lejano, Llanura roja, Mercenarios sin gloria o La ley de Murphy. Su intuición, y buen gusto, estaban más allá de su magisterio. Nunca asistí a sus clases como profesor de universidad, labor a la que dedicó mas de un tercio de su vida, sin embargo, desde bien pequeño, me he considerado alumno suyo.
El padre de Alejandro era trabajador de las líneas ferroviarias, por eso para viajar elegía el tren antes que cualquier otro vehículo de transporte. Su amor por los trenes seguramente guardaba bellas correspondencias con el cine. En las mejores películas el tren es síntoma de amor y de despedidas. No en vano los museos de cine guardan bajo llave secuencias inolvidables con el tren de protagonista. Pienso en la hermosa transición de Érase una vez en América, en donde el paso del tiempo suena al Yesterday de Los Beatles y a Morricone. O en la llegada de Jill (Cardinale), a la estación en Hasta que llegó su hora con ese travelling fastuoso que cristaliza dos mundos; el antiguo (el viejo Oeste), y el progreso (las obras del tren). Dos planos fílmicos que se miran entre sí, como lo hacen otras muchas escenas con trenes de por medio. El adulterio de los amantes de Breve encuentro o de Estación Termini, o largometrajes con trenes repletos de acción y de aventuras, véanse El tren, el mejor homenaje jamás filmado a los trabajadores ferroviarios, o las emocionantes Último tren a Katanga -esta le chiflaba a Alejandro–, Testigo Accidental o El tren del infierno.
Citemos otro pasaje de Los violentos de Kelly como colofón de esta humilde despedida. Pensemos en la escena del campo de minas en la que el grupo protagonista lucha contra un comando alemán. Mueren todos los alemanes, pero lo que realmente importa de la secuencia es la muerte de dos de los soldados americanos, derribados al estallar una de las minas. La cámara de G. Hutton se aleja del lugar centrándose en el cariacontecido rostro de Telly Savallas. A continuación, a través de los prismáticos, apreciamos un zoom acelerado hasta detenerse en las manos de los soldados caídos en la arena. Al compás suena un bellísimo y afligido tema con solos de armónica, como si fuera un réquiem por los muertos, que peina la escena dándole un aura de compasión y camaradería masculina. Las ruinas de ese instante se convierten en un motivo trágico con vestigios musicales. Pese a gustarle mucho, Alex era más de tocar la guitarra que la armónica. Solía deleitarnos muchas veces con el Tema de Claudia escrito por Eastwood para Sin perdón. Como decía no eran mas que cuatro o cinco acordes sencillitos de profunda crepuscularidad. La guitarra en casa de los Pachón ha sido un elemento principal para amenizar reuniones de familiares y amigos. La música era un ingrediente casi mágico en sus vidas. Nos acompañará siempre.
El FIC cumple ahora 30 años. Una cifra redonda. Y tenemos que afrontarlo con la peor de las ausencias. Alejandro ha sido no solo nuestro motor, sino nuestro hombre de confianza, nuestro líder y consejero. Su silueta preside el cartel de esta nueva edición del festival. Una efigie proyectada sobre la pantalla blanca que atraviesa los mares del tiempo, como esa y tantas otras pantallas pasaron por sus ojos. Toca sobrevivir, reconstruir y seguir hacia delante. Un punto de inflexión, o mejor un largo intermission hasta levantar de nuevo el telón y aplaudir o silbar todos juntos en su memoria.
Hasta siempre, amigo mío.